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viernes, 17 de agosto de 2007

La emancipación.

No fue hace mucho, parece ya olvido,
pero aún siguen las cadenas y los grillete,
que forjamos diariamente
con política cotidianas y asesinas.



La emancipación del Ser Humano, sueño de luz, sueño cósmico, visto entre pestañas a la luz de una hoguera, desgustando un mamut, en el inicio de los tiempos. Era el cielo nocturno y estrellado, el más bonito jamás visto, catalizador de reflexiones y punto de partida.

En adelante Ser Humano como S.H.; para hacer del texto algo un poco técnico, incluso académico si se me permite. Háganse a la idea, estimados lectores, de que están ustedes leyendo uno de los primeros ensayos filosóficos acerca de la Libertad, de aquel hombre barbudo en el que de sus barbas penduraban percebes de Rinlo y que en sus cabellos, se reconocía la arquitectura de un cementerio pagano de caracoles vivos. Vivió en pelotas, con sandalias de cuero y esparto y una śabana de amor propio, que le cubría el pecho a medias, dejando a la intemperie medio corazón. Murió de hastío y un poquito frustrado en alguna isla griega, que por tectónica de placas, derivó sin derrota planteada y acabó hundiendose bajo aguas atlánticas y cuyo recuerdo podríamos llamar Atlántida, isla a cielo abierto.

Pues el soñaba que soñaba. Deseaba la emancipación del S.H. como algo esencial, algo radical, algo que por concepto era la historia por venir. Un destino trabajado a la vez que natural, un destino sin final, un camino adivinado en la selva. Así lo entendía. -El S.H. se proyectará en lo común y en lo individual hacía un mañana próspero y digno- se decía con la luna llena de espejo, descalzo sobre la tierra, bien aplomado. El trabajo sería remunerado por el propio trabajo, por el propio hecho de la acción, remunerado en cada instante, a cada momento, remunerado por el simple hecho de plantearlo. Sería de esta manera un trabajo justo. La recompensa del apoyo mutuo. El trabajo se entendería como la responsabilidad de uno para con los demás.

Pongámosle nombre al hombre; Ézaro de Atlántida, atleta del deseo, que entre vaivenes de parabólicos soles diarios, soñaba con el sueño de la Libertad. Se hizo daño al nacer, se dio de bruces con Todo y al levantarse de la enésima vez, después de soportar de nuevo el golpe de la impotencia se preguntó - No lo entiendo, ¿pues por que no puede ser?- Y hasta el día de hoy, no hay respuesta.

(A lo peor continúa)

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